Translated by Scott Sink
To read this story in English, go to “For the Past 20 Years, a Santa Ana Man Has Kept the Language of the Aztecs Alive.”
“Bueno, ¡empecemos con práctica!” dice David Vázquez en español a una docena o más de estudiantes sentados en el salón del coro en el sótano de la Iglesia Episcopal Church of the Messiah en Santa Ana. Su cabello negro está bien amarrado en una trenza; su tono es enfático, pero paciente. El hombre de 61 años sigue dando los saludos de costumbre en náhuatl, la lengua de los mexicas de México, mejor conocidos como los aztecas.
“¡Tanecic!” “¡Tiotaqui!” “¡Tayohuah!”
La clase repite esas palabras (que significan “¡Buenos días!” “¡Buenas tardes!” y “¡Buenas noches!”) mientras mira Vázquez. Lleva huaraches y una camisa de rayas rojas y verdes cuyas mangas se ensanchan justo debajo del codo. Por atrás se ven dos imágenes mexicas hermosamente bordadas retratando símbolos mitad-guajalote, mitad-águila entrecruzados en combate.
“Ahora, a los mayores, se les trata con respeto—un maestro, un doctor, un anciano,” continúa Vázquez. “Entonces se dice, 'Nanon tanecic, nanon tiotaqui, nanon tayohuah.'”
Suenan campanas de la iglesia al fondo, mientras los estudiantes recitan las frases en unísono. Hacen su mejor esfuerzo para dominar la lengua aglutinante, con las palabras cayendo y uniéndose en cascadas para crear cuerdas de oraciones fluyendo hermosamente. Están en uno de los mejores lugares en los Estados Unidos para practicar: en la presencia del embajador de náhuatl menos probable.
“La palabra elotl es básicamente lo mismo,” dice a la siguiente clase, señalando a un letrero en la pared que dice “elote,” su equivalente en español. “El elote era la primera cosecha en aquel entonces, y los mexicas darían una ofrenda de él a Coatlicue, la diosa de la madre tierra.”
Luego pasa a hehecatl—”aire.” “Fíjense: el náhuatl empieza con esta palabra,” les dice a sus estudiantes, y después les pregunta por qué.
“Es lo primero que hace un bebé cuando nace—respira,” contesta un estudiante en español.
Vázquez asiente con la cabeza, luego señala a un símbolo hallado en los códices de náhuatl que representa el aliento. “Este es lo que nos da vida,” dice. “Sin aire, mueres.” Repite el pensamiento dos veces para hacer que su punto resuene.
Y el padre de tres continúa así por dos horas: parte lección de historia, parte prueba de gramática, parte discusión religiosa, parte compartimiento de cultura, hasta parte confesionario. “Mis padres, mis vecinos no hablaban español; hablaban completamente en náhuatl,” dice. “Para aquellos ustedes que ya saben inglés y español, el náhuatl es suyo.”
Vázquez contesta algunas preguntas antes de concluir la clase para el día. “Aquí, terminanos,” anuncia. “No voy por ustedes para la clase la próxima semana. Si vienen por Uber, está bien conmigo.” Los estudiantes se ríen antes de darle a Vázquez aplauso.
Por mucho tiempo suprimido, el náhuatl vive aún entre más de un millón de hablantes en México y los EE.UU., tanto como en la cultura popular. Palabras como “aguacate,” “tomate,” “coyote” y “chocolate” provienen de este idioma. Tanto como con el gaélico, el náhuatl ha llegado a ser un campo fértil para los padres asimilados que les dan nombres a sus hijos, inclusive Xochitl (flor) y Citlali (estrella). Los activistas chicanos pretenden esparcir frases en sus vidas; el conjunto ganador del Premio Grammy Ozomatli se llamó con el nombre del servidor del dios azteca de la danza. Uno aún consigue su náhuatl en su Chipotle local, que deriva su nombre de chilpoctli—”chile ahumado.”
En los últimos 20 años, Vázquez ha enseñado a decenas de miles de estudiantes en centros comunitarios, universidades e iglesias por muchas partes del Sur de California. Ha tenido clases en la Episcopal Church of the Messiah por lo menos una vez por mes desde 1996, cuando el inmigrante llegó a los Estados Unidos y empezó como portero para la iglesia céntrica. Aunque se acerca a la jubilación, Vázquez todavía tiene grandes planes para el náhuatl. Quiere crear academias de la lengua en Santa Ana y México que sostengan el trabajo al que ha dedicado su vida y que propaguen un alfabeto que ha creado, estilo Sequoyah, para mantener la lengua milenaria viva.
“Mi historia es un cuento difícil, pero algo me empuja, me obliga a ser un líder,” dice Vázquez. “Por un lado, me gusta, y por el otro lado, quizás lo divino haya trabajado por medio de mí para crear algo sagrado, y eso está en el sistema de escribir el náhuatl.”
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La palabra “náhuatl” se traduce como “el habla clara.” Pertenece a la familia lingüística yuto-aztecana, lo cual incluye las lenguas de la mayoría de las tribus del Suroeste, dando credibilidad al mito fundador mexica que su tierra de origen Aztlan quedaba al norte de la frontera entre los EE.UU. y México. Los primeros hablantes se migraban al México central alrededor del siglo 7, siguiendo la decaída del Imperio de Teotihuacan. El idioma persistía durante la civilización tolteca, antecesor de los mexicas, antes de llegar a ser la lengua principal del Valle de México desde el siglo 11.
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“Era, en esta parte del mundo, algo como lo que era latín para la Europa Occidental, una especie de lengua franca,” explica Fermín Herrera, un profesor de la Universidad Cal State Northridge y un experto del náhuatl.
La lengua vio su mayor amenaza cuando Hernán Cortés conquistó el Imperio Azteca a mediados del siglo 16 y se puso a destruir los códices, los templos y la cultura tanto como a la gente. Pero a pesar de los decretos reales prohibiendo la lengua, los misioneros católicos encontraron el náhuatl útil como forma de evangelizar a los indígenas, manteniéndola viva pero a la vez reemplazando su sistema de escritura por el alfabeto romano. Después de la Independencia de México en 1810, los gobiernos sucesivos consideraban el náhuatl y otras lenguas indígenas como reliquias estorbando la modernización y así el idioma fue suprimido de nuevo.
Pero sobrevive: El Censo de 2000 halló a 1.5 millones en México que hablan náhuatl en sus varios dialectos, consistiendo en la cuarta parte de todos los hablantes de una lengua autóctona, pero nomás 1.5 por ciento de la población general. Sin recursos ni apoyo institucional del sistema educativo mexicano, el náhuatl principalmente se transmite a través de la tradición oral, lo cual se está desvaneciendo mientras los residentes dejan sus pueblos en busca de trabajo, ya sea dentro de México o en el extranjero.
Dentro de esta realidad nació Vázquez el Cinco de Mayo, 1955. Creció en el pueblo remoto de Tlalmotolo, al noreste de la Ciudad de México, en el municipio poblano de Ixtacamaxtitlán. Enclavado en una mesa rodeada por montañas exuberantes, los centenares de residentes de Tlalmotolo principalmente hablaban náhuatl, “recibiendo la sabiduría de los ancianos del pueblo,” dice Vázquez. “Todo el conocimiento que tengo de la lengua se debe a ellos; este es el producto del aprendizaje generacional legado de nuestros antepasados.”
Tlalmotolo sufría de la pobreza, como casi cada otra comunidad náhuatl-hablante en México. Era un viaje de tres horas por ríos y cerros rocosos de ida y vuelta a la escuela. “Andaba descalzo por la mayoría de mi niñez, piscando hongos en los cerros para venderlos para poder alcanzar para la comida.”
Vázquez recuerda. También elaboraba y vendía pulque, la bebida viciosa que precede la Conquista. Los padres de Vázquez regularmente salían de viaje por el trabajo, regresando los fines de semana. A veces, iban sin comer cuando llovía sin cesar por varios días.
No aprendió español hasta los 13 años, pero nunca perdió su conocimiento del náhuatl. Después de desertar la escuela, trabajaba en los cañaverales, los cafetales y los arrozales de Veracruz. De adolescente, Vázquez se mudó a la Ciudad de México para trabajar en la construcción; se esforzó por hablar con otros obreros náhuatl-hablantes. “No importaba qué tipo de trabajo que hiciera; siempre buscaba la manera de usar mi lengua y empeñarme a ser bilinge,” dice.
Después de un rato en la fuerzas armadas mexicanas, Vázquez volvió a Tlalmotolo para empezar una familia y construir una casa. Pero simplemente no había oportunidades allí, ni tampoco en otras partes de México. Finalmente se unió a la gran emigración al Norte y cruzó la línea en 1989 a los 34 años—relativamente tarde entre los hombres de su pueblo. Pero no buscaba solo el trabajo, sino una forma para mantener el náhuatl vivo.
“La mayoría de la gente nacida aquí en los EE.UU. no tiene idea de cuántas lenguas existían en un cierto punto en la historia mexicana antigua,” dice Vázquez. “Tengo que concientizar a la gente de esa historia.”
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El sótano de la Iglesia Episcopal Church of the Messiah atestigua de su trabajo. Una pared presenta carteles trilingües con oraciones cuidadosamente escritas en náhuatl, español e inglés. Un poster del lado opuesto del cuarto enseña el sistema numérico mexica, “el más antiguo de la Tierra y en el mundo,” orgullosamente proclama. Al lado de la pizarra se ve su logro más estimado: un alfabeto circular del náhuatl, uno que Vázquez mismo creó.”
Vázquez llegó aquí en los EE.UU. sin conocer a nadie. Pero a través de la generosidad de los líderes de la iglesia, pronto encontró trabajos pequeños preparando para la Misa de domingo y sirviendo café a la congregación. Sus cargos de manutención aumentaban, y Vázquez mandó por su familia ocho meses después. Ha trabajado aquí desde entonces.
“David ha sido muy importante para nosotros porque conoce a fondo esta organización,” dice el rector de la iglesia Abel López. “He sido un buen miembro de nuestro personal, y realmente lo apreciamos tanto como empleado como feligrés.”
Mientras Vázquez se ajustaba a su vida en los EE.UU., seguía su impulso por el náhuatl. Empezó a presentarse en noches de expresión por el Condado de Orange para declamar poesía. Una noche en 1992, estudiantes universitarios oyeron a Vázquez y lo reclutaron a la Chicano Poet Society; interpretó con el grupo en escuelas e iglesias por muchas partes del Sur de California antes de que el grupo se deshiciera. El año siguiente, Vázquez conoció a Lupe López, una estudiante de Goldenwest College y fundadora del grupo comunitario la Alianza Indígena, durante una huelga de hambre en UCLA que resultó en la creación del Departamento de Estudios Chicanos. Los activistas exigían eslóganes más allá de “¡Viva la Raza!”—y en una lengua de que la mayoría se había enterado solo en libros de historia. López le pidió a Vázquez una alternativa azteca; él ofreció “Mexica Tiahui” (“Mexicas Adelante”). “Ese se hizo el símbolo de la próxima generación del indigenismo, del chicanismo,” dice López del eslogan que todavía se canta en mítines por lo ancho del Suroeste. “Mucha gente no sabía de dónde vino, ¡pero vino de David!”
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López luego comunicó a Vázquez con oficiales jurídicos después de que se comunicaran con la Alianza Indígena pidiendo intérpretes de lenguas indígenas. Decenas de miles de indígenas mexicanos se habían migrado a los Estados Unidos después de la devaluación del peso mexicano en 1994, hablando solo sus lenguas nativas. Santa Ana, en particular, llegó a ser un punto de destino para náhuatl-hablantes de Puebla, Hidalgo y Veracruz. “Me aseguraré de que los tribunales superiores por todos los Estados Unidos conocieran a Vázquez,” dice ella.
Él empezó a enseñar clínicas legales antes de hacer la interpretación oficial. “Habría dos intérpretes: uno contratado por la corte a traducir del inglés al español, y luego yo traduciría del español al náhuatl para los acusados en lo penal,” dice Vázquez. “También he traducido por teléfono en Oregón, Washington, Florida y D.C.”
Ser poeta e intérprete jurídico le permitió ganar un poco de dinero adicional, pero el enseñar náhuatl gratis seguía siendo su verdadera pasión. Él auto-editó La voz de Tenochtitlan: La lengua azteca en 1993, un cuaderno de práctica con más de 500 términos de vocabulario. Y mientras tanto, trabajaba con un alfabeto náhuatl nuevo.
Como lo cuenta Vázquez, un día como chico joven en Tlalmotolo, escribió unos símbolos al azar en pencas de maguey, sin ponerlas en orden alguno al principio y sin saber lo que estaba haciendo. No los miraba como letras hasta descubrir después que el sistema de escribir original no sobrevivió la Conquista. Una vez completado el alfabeto alrededor de 1968, lo practicaba escribiendo para aprenderlo de memoria antes de compartirlo con los ancianos de Tlalmotolo; lo aceptaron. Vázquez finalmente reveló el alfabeto al público en 1994, escribiendo el nombre de Cuauhtémoc, el último tlatoani mexica, con su nuevas letras en una hoja de papel durante una ceremonia ante 5.000 personas en Los Ángeles. Tuvo una inauguración parecida en 2004 ante todo su pueblo.
“He llegado a la conclusión que he encontrado la secuencia de la verdadera lengua náhuatl,” dice Vázquez.
El alfabeto, que no se conecta directamente a los códices antiguos pero está guiado por la filosofía mexica, se representa en un círculo con un símbolo para una “letra cero” en el centro, seguido por 20 letras náhuatl separadas por las cuatro direcciones cardinales y agrupadas en parejas de cinco. “Cada símbolo tiene su raíz, sonido y lugar profundos. La 'letra cero' es como la madre del alfabeto,” dice Vázquez, explicando que es el sonido que hace todos los otros sonidos posibles: el aliento. “El nuevo alfabeto es absolutamente necesario porque las letras latinas no complementan los sonidos que necesitamos.” Piensa revelar más de su sistema en un libro que actualmente está escribiendo. “He pasado más de 40 años estudiando el vocabulario para poder ponerlo en orden, para que yo lo ponga por escrito como lo tenemos ahora.”
Respaldado por un libro de estudio y el permiso de un padre episcopal, Vázquez empezó a enseñar náhuatl en la Church of the Messiah en 1996. Lupe López ayudó a organizar clases en el El Modena Community Center en Orange, La Independencia Family Resource Center en Anaheim, y Golden West College. Empezó a autofinanciar un monumento en la forma de una pirámide cerca de Tlalmotolo, tanto como academias de náhuatl allí y en Santa Ana. “Lo que tenemos ahora, todo el material que hemos preparado, estamos listos para la fundación de las escuelas,” dice Vázquez.
Nomás queda un obstáculo en sus planes de seguir adelante: el dinero. “Algunas universidades me han dado un honorario, pero aparte de eso, enseño como voluntario,” dice. “Será difícil seguir enseñando ya que no tengo nada que me sostenga.”
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La necesidad de rescatar el náhuatl por los dos lados de la frontera no es quixótica. Hay una demanda por la instrucción en náhuatl entre los mexicoamericanos de segunda generación buscando conectarse con su herencia indígena. UCLA y Cal State Northridge ofrecen cursos universitarios. Anahuacalmecac International University Preparatory (anteriormente conocido como Academia Semillas del Pueblo) en El Sereno ha enseñado la lengua como parte del currículo de esta escuela particular subvencionada por los últimos 15 años. Las clases de Vázquez los domingos son las únicas en el Condado de Orange.
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Dos de los estudiantes de Vázquez más fieles, Héctor Bonilla y Mazatl Tecpatl Tepehyolotzin, hablan bien de su temachtiani, o maestro. “Conocí a Vázquez hace más de 20 años,” dice Bonilla. “Vivía al lado de mí, pero nisiquiera sabía que hablaba náhuatl.”
Bonilla, que es salvadoreño, se había dado cuenta de que su abuelo hablaba algo que definitivamente no sonaba al español. Se dio cuenta de lo mismo en México y, después, en los Estados Unidos. Una vez que el hermano de Bonilla le dijo del secreto de su vecino, empezó a aprender en el hogar de Vázquez en Santa Ana. “Tiene toda esa experiencia y ese amor paterno que demuestra hacia todos,” dice Bonilla. “Alguien que se ofreció para rescatar su herencia; necesitamos a alguien así como un modelo que seguir.”
El electricista ha ganado un alto nivel de competencia, algo que ha permitido que Bonilla llegara a ser una especie de ayudante a Vázquez. Pretende ayudar a maestro a crear un sistema que ayude a futuros estudiantes a desarrollar la competencia más rápido y ha asistido en la creación de más de 250 carteles trilingües. “Vázquez puso todo su conocimiento y experiencia en ese sistema de escritura,” dice Bonilla. “Ojalá que tenga éxito y se reconozca como un sistema de escribir que podamos usar para la lengua náhuatl.”
Tepehylotzin conoció a Vázquez en El Modena Community Center hace 15 años a través de Lupe López. Las lecciones extendían más allá de la lengua para Tepehylotzin, que legalmente cambió su nombre de Sergio Rivera a su nombre náhuatl este año después de ganar la ciudadanía estadounidense.
“Había veces en que necesitaba consejos y tenía preguntas sobre la vida—no solo la historia sino también nuestra cultura o identidad,” dice Tepehylotzin. “Era algo psicológico para mí también. Debido a mi color, fui discriminado mucho por los niños blancos en las escuelas de Anaheim.”
Use el náhuatl en conversaciones ocasionales en México y también en el Condado de Orange. “He practicado con muchas comunidades de Guerrero y Puebla aquí,” dice Tepehylotzin. “Son los que cortan yu pasto, ponen tu techo, o cualquier otro trabajo duro, ¡y nisiquiera te das cuenta! ¡Cuando te asomas a revisarlos, vuelven a hablar español!”
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En una mañana reciente del sábado, Vázquez está preparando para su clase de dos horas del náhuatl en el cuarto del coro de la Church of the Messiah. Su camisa verde con las rayas del tricolor mexicano en las mangas combina con su buen estado de humor. Tiene algo especial planeado para sus estudiantes pero empieza las lecciones del día con sus refranes típicos: “¡Tanecic!” “¡Tiotaqui!” “¡Tayohuah!”
“Debemos hablar como nuestros antepasados realmente hablaban,” Vázquez les dice a la docena de estudiantes. Escribe unas oraciones en la pizarra, aumentando la dificultad de las lecciones pasadas, deteniéndose durante una consecuencia para enfatizar la palabra Ixachilan (“América”). “Ixachilan se extiende desde Alaska hasta Patagonia,” explica Vázquez. “Es el continente de América.”
Vázquez escribe dos oraciones nuevas en náhuatl, ofreciendo una lección mediática en el camino. “Neha niez ce tahcuiloqueh,” recita Vázquez. “Soy un escritor.” Repite la oración otra vez, pero esta vez termina con la palabra tatelhuiqueh (“reportero”).
“Hay muchos que escriben pero no hablan, y hay muchos que hablan pero no escriben,” Vázquez. “En estas dos formas, conocemos su trabajo importante de informar a la comunidad sobre lo que va a pasar, lo que pasa o lo que pasó.”
Sigue acrecentando su alfabeto; el año pasado, Vázquez presentó durante un simposio de “Nahuatl cruzando fronteras” en la Universidad de San Diego. “Todavía no sé si haya ganado terreno,” dice Marcos Aguilar. El director de Anahuacalmecac, la escuela particular en El Sereno que es la única en el país que enseña el náhuatl a niños, asistió el simposio. “Creo que es una buena idea, especialmente en términos de descolonizar la lengua.”
“Ojalá que mucha más gente venga a las clases [de Vázquez] y quiera aprender,” dice Bonilla. “Mantenemos las pirámides vivas para el turismo, pero no hacemos lo mismo para la lengua. Sería triste si perdiéramos algo así.”
“Nos estamos descolonizando de aquellos que vinieron hace 500 años y nos colonizaron,” Tepehylotzin dice sobre volver a lo que llama la era “a.C.”—antes de Colón y Cortés. “Nos tocar ser chicautl—fuertes.”
Mientras tanto, Vázquez enseña. Cuando suena la campana de la iglesia al mediodía, el maestro saca unos certificados de su maleta. Cada uno proclamaba, “Por tener el valor de aprender y rescatar nuestra lengua náhuatl en Santa Ana.” Llama a cada estudiante por nombre para presentarles su certificados.
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“Tlazocamati,” dijo un estudiante, usando la palabra náhuatl para “Gracias.” Los dos se tocan los dedos de las manos opuestas mientras se inclinan en reverencia, un saludo tradicional mexica.
La clase concluye con una foto en grupo. “¿Dónde está Mazatl?” Vázquez pregunta fuerte, paternalmente. “¡Ay, ese Mazatl!” Su estudiante de largo plazo repentinamente vuelve a aparecer en el pasillo y toma su asiento para la foto.
“Le doy a mi país de México lo que le ha faltado, lo que muchos intelectuales nunca pudieron hacer: un alfabeto hecho por un indígena que sabe su lengua, trabajando de su corazón,” dice Vázquez. “Como un nativo, esto es lo que voy a legar a mi nación, y si no lo quieren registrar, lo voy a legar a los Estados Unidos. Tengo mi país aquí, también.”
Gabriel San Román is from Anacrime. He’s a journalist, subversive historian and the tallest Mexican in OC. He also once stood falsely accused of writing articles on Turkish politics in exchange for free food from DönerG’s!
Excelente articulo, Soy del mismo origen y vecindad del maestro David
Tengo una hija que debo emseñarle la lengua nahuatl.